
De Banyue (Fortnight), Chengdu, China, No 17, 1 April 1921, over Ba Jin’s real name Li Feigan
Hoy en día las palabras «libertad e igualdad» forman parte del vocabulario de todos y cada uno de nosotros. Pero si preguntamos: ¿Qué es la libertad? se nos dirá: «La libertad es la libertad de opinión, la libertad de prensa, la libertad de asociación y de reunión, la libertad del secreto de la correspondencia».
Pregunte: ¿Qué es la igualdad? y te dirán: «Todos los ciudadanos son iguales ante la ley, sin diferencia entre el de alta cuna y el paleto». Ahora bien, estas definiciones tan estrechas no tienen nada que ver con la verdadera libertad, con la verdadera igualdad. ¿No me creen? Entonces lee lo siguiente.
La plaga de la libertad del pueblo es el Estado. Desde que existe el Estado, hemos dejado de ser libres. No importa lo que hagamos o digamos, el Estado mete las narices. Todo lo que pedimos es vivir en amor con nuestros hermanos de otras naciones, pero el Estado nos quiere hacer patriotas a cualquier precio, nos enrola en sus ejércitos y nos obliga a asesinar a nuestros vecinos. Y aquí en China la situación es aún peor: aquí tenemos chinos asesinando a otros chinos. Desde hace varios años, en Hunan y Shaanxi y Szechuan, «la marea de sangre ha subido y los cadáveres se acumulan».
¡Qué horror! Hasta aquí los beneficios que nos ha aportado el Estado. Arrogándose los recursos que son la riqueza común de nuestro planeta, los capitalistas nos machacan en una pobreza que nos niega el derecho a vivir. No es que el Estado los castigue por ello: peor aún, los protege mediante una batería de leyes.
El pueblo no tiene nada que comer y no tiene más remedio que robar su comida: va desnudo y no tiene más remedio que robar ropa: no tiene más remedio que robar todo lo que necesita. El pueblo es empujado a todo esto por los capitalistas. Y ahí va el Estado, en su grandeza, tachándonos de bandoleros y decretando que no valemos más que para el piquete de ejecución. Se nos mata a tiros por el mero hecho de recuperar -contraviniendo la ley, por cierto- una fracción de lo que habíamos perdido, mientras que a los capitalistas que saquean la mancomunidad de nuestro planeta se les permite vivir en paz. Si se nos niega el derecho a robar, no nos queda más que convertirnos en mendigos. He aquí que los capitalistas, ofendidos por el espectáculo, dan limosna a los pobres y les proporcionan un poco del dinero que les han robado: y a esto le otorgan el bonito nombre de caridad. Algunos de ellos incluso tienen la desfachatez de insultarnos porque pedimos nuestra miseria en lugar de trabajar por ella.
¡Caballeros! ¿Pueden estar tan seguros de que no queremos trabajar? Se trata más bien de que se nos niega el trabajo. Sin embargo, nos llenan de insultos. Mirando desde este punto de vista, podemos ver que la «libertad y la igualdad» de las que acabamos de hablar son ajenas al pueblo. En efecto, ¿se puede hablar aquí de «libertad» e «igualdad»? Me niego a creer que pueda haber alguna libertad de ese tipo. ¡Cualquier igualdad de ese tipo! Pero, ¿qué son entonces la verdadera libertad y la verdadera igualdad?
Aquí viene mi respuesta: La anarquía. Esa es la verdadera libertad. Y el comunismo es la verdadera igualdad. Sólo una revolución social puede permitirnos construir una sociedad realmente libre y realmente igualitaria.
Pero, ¿qué es la anarquía?
La anarquía es la puesta del Estado y de sus instituciones accesorias sobre el Índice y la propiedad colectiva de los medios de producción y de los bienes producidos. Cada individuo contribuyendo de acuerdo con su capacidad y recibiendo de acuerdo con sus necesidades. Y el trabajo repartido en función de la capacidad del individuo: quien tiene la capacidad de ser médico hace de médico, y quien tiene la capacidad de minar hace de minero. Más tiempo dedicado a las tareas sencillas y menos tiempo desperdiciado en las complicadas o fastidiosas. Una agencia que te busque comida cuando tengas hambre, ropa que ponerte y un techo bajo el que cobijarte. Todo el mundo recibe la misma educación, sin distinción entre los inteligentes y los lentos.
Una y otra vez, un anarquista francés ha reiterado: «Cada individuo sólo necesita trabajar dos horas al día si se quieren satisfacer todas las necesidades de la sociedad». Y también Kropotkin ha afirmado: «Si todo el mundo trabaja cuatro horas al día, eso será suficiente -de hecho, más que suficiente- para satisfacer las necesidades de la sociedad».
Me imagino que una propuesta de este tipo, reduciendo la jornada laboral al mínimo, no podría sino atraer el apoyo universal. Sin el Estado y sus leyes, tendríamos verdadera libertad; sin la clase capitalista, tendríamos verdadera igualdad.
Amigos del mundo del trabajo, ¿se dan cuenta de lo libre que sería una sociedad libre de todo poder autoritario? ¿Sabéis lo igualitaria que sería? ¿Estáis dispuestos a construir esa sociedad de libertad e igualdad? Pues bien, haz la revolución social y acaba con esta política canalla.
En aras del advenimiento de una sociedad de libertad e igualdad, ¡esperemos que tú y tus amigos os unáis pronto como uno solo! Mientras lo soportéis todo con resignación, seréis carne de cañón para los capitalistas.
Si no me creéis, ¡lo veréis por vosotros mismos!
Ba Jin
Un comentario en “¿Cómo vamos a establecer una sociedad verdaderamente libre e igualitaria? (1921) – Ba Jin”