La ecología política de Cornelius Castoriadis (2020) – Yavor Tarinski

El Estado-nación soberano clásico está […] volviéndose irrelevante e impotente a medida que el mundo se fusiona rápidamente en bloques comerciales supranacionales y suprarregionales cuyo principal propósito y pasión no es fomentar la aportación de la democracia directa ni abordar los problemas enconados e incluso agravados de la degradación medioambiental. [25] David Ames Curtis

Introducción

Hoy en día, la ecología está surgiendo como una preocupación importante y como una respuesta al modelo político-económico contemporáneo basado en el crecimiento, que es responsable de la creación de una crisis medioambiental tangible y del rápido desarrollo del cambio climático. Ya desde principios del siglo XIX surgió en las sociedades occidentales, como los románticos, una preocupación por el medio ambiente provocada por la contaminación causada por la Revolución Industrial. Hoy en día se expresa en teorías como el decrecimiento y la ecología social, así como en forma de luchas populares contra la cultura consumista y los proyectos extractivistas capitalistas, perjudiciales para el medio ambiente, la salud humana y la autarquía local.

La ecología también desempeñó un papel importante en el pensamiento de Cornelius Castoriadis. Sin embargo, él la consideraba en marcado contraste con la mayoría de los ecologistas de su tiempo (y de hoy también). A diferencia de la concepción generalizada de la naturaleza como una mercancía, como algo separado de la sociedad, Castoriadis la veía en relación directa con la vida social, las relaciones y los valores, incorporándola así a su proyecto político.

Crítica a las organizaciones ecologistas contemporáneas

Si bien Castoriadis veía en la ecología un potencial revolucionario, lo cierto es que no lo veía en la mayoría de las grandes organizaciones ecologistas de su tiempo. Por el contrario, observó que tienden a ocuparse exclusivamente de cuestiones que conciernen estrictamente al medio ambiente natural[26], dejando muy de lado las cuestiones políticas y sociales. Los partidos verdes y las ONG ecologistas participan así en gran medida del imaginario capitalista que considera la naturaleza como una mercancía separada que debe ser dominada por la humanidad. Por ello, para una parte importante del movimiento verde la crisis ecológica actual no tiene una vertiente política, y tampoco está siendo influenciada por estructuras sociales específicas. En consecuencia, las soluciones que ofrecen no superan el marco político dominante, invocando en su lugar arreglos tecnológicos o de otro tipo.

La percepción dominante entre los círculos ecologistas dominantes es que la preservación de «la gran naturaleza» puede confiarse al mercado. Las emisiones de carbono y la contaminación se consideran derechos que pueden venderse a precio de mercado. De este modo, la falacia capitalista autorreguladora se está reproduciendo entre las filas del movimiento ecologista. Términos como capitalismo verde y desarrollo sostenible se convierten en propuestas políticas centrales. Debido a su aceptación no crítica del sistema contemporáneo, estas tendencias tienden a enfocar las diversas facetas de la degradación medioambiental como algo desconectado y necesario de tratar pieza por pieza, a menudo por medios científicos, en lugar de como una crisis ecológica holística con causas sistémicas de raíz, que debe ser tratada políticamente. En consecuencia, su actividad suele conducir a la cooptación de los movimientos populares de protección de la naturaleza por el discurso sistémico.

Los grupos y organizaciones de estas tendencias suelen hacer un llamamiento a las personas para que reduzcan simbólicamente su impacto en la naturaleza, como pedir días internacionales de luces cerradas o menos consumo de agua, en lugar de señalar a las multinacionales y los gobiernos cuyas actividades tienen efectos catastróficos para el medio ambiente. De este modo, ocultan los rasgos sistémicos que causan la mayor parte de la contaminación y, en cambio, infunden sentimientos sociales de culpa humana común.

Lo que se suele considerar como alternativa a la «mentalidad verde» anterior son diferentes tendencias ecosocialistas y ecomarxistas. La mayoría de las veces están ancladas en la metafísica del Estado e invocan la necesidad de partidos de izquierda fuertes en el poder para regular las relaciones humanas con la naturaleza. Como puede imaginarse, la toma electoral del poder político está en el centro de estas tendencias. A pesar de la cuestionable eficacia de este enfoque, estas tendencias siguen atrapadas en marcos teóricos altamente economicistas, que consideran la producción como el motor del cambio social.

Por último, hay segmentos del movimiento ecologista más amplio que intentan romper con el estatismo y el capitalismo. Sin embargo, hay mucho que criticar del imaginario individualista contemporáneo de algunas de estas tendencias y de su devoción por el cambio personal espiritualista y el estilo de vida. Los ecologistas profundos, los entusiastas de la Nueva Era y los primitivistas tienden a culpar de la destrucción del medio ambiente a la civilización humana en general y abogan por retirarse a nociones romantizadas de lo «natural», en lugar de atribuirlo a sistemas políticos y económicos concretos.

A pesar de su crítica a la incapacidad de las principales organizaciones ecologistas para superar el imaginario del capitalismo y la representación política, Castoriadis reconoce en el movimiento ecologista cierta evolución en el terreno en el que se producen desafíos, impugnaciones, revueltas y revoluciones[27]. Según él, esta evolución interviene en dos dimensiones: en la instauración de esquemas de autoridad, por un lado; y en la instauración de esquemas de necesidades, por otro. La primera está ejemplificada por el movimiento obrero, mientras que la segunda, por el ecológico.

A diferencia de los análisis centrados en la clase, Castoriadis vio en el movimiento obrero del siglo XIX no simplemente un intento de remodelación de la esfera económica, sino un desafío directo-democrático a la dominación y la autoridad a nivel holístico, sociopolítico. En sus propias palabras: Lo que el movimiento obrero atacó sobre todo fue la dimensión de la autoridad, es decir, la dominación, que es su lado «objetivo». Incluso en este punto dejó en la sombra -como era casi inevitable en la época- algunos aspectos completamente decisivos del problema de la autoridad y la dominación, por lo tanto también los problemas políticos relativos a la reconstrucción de una sociedad autónoma. Algunos de estos aspectos fueron puestos en cuestión más tarde, y especialmente, más recientemente, por el movimiento de mujeres y el movimiento juvenil, que atacaron los esquemas, las figuras y las relaciones de autoridad tal y como existían en otras esferas de la vida social[28].

Según Castoriadis, el movimiento ecológico que le siguió aportó otra dimensión a la lucha contra la modernidad capitalista: puso en cuestión la estructura y la naturaleza misma de las necesidades humanas, el estilo de vida, etc. La ecología constituye un avance capital en comparación con lo que puede considerarse el carácter unilateral de los movimientos anteriores. Puso en tela de juicio toda la relación entre la humanidad y el medio ambiente, planteando de nuevo la eterna cuestión de cuál es el lugar del ser humano en este mundo.

La esencia política de la ecología

A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Castoriadis no está de acuerdo con la idea de que la ecología no es más que otra rama científica y sugiere en cambio que es esencialmente política. La concibe como la relación de la humanidad con la naturaleza y las correspondientes limitaciones entre ambas. De ahí que Castoriadis concluya que la ecología no puede ser científica, ya que la ciencia no consiste en establecer normas o límites ante sus objetivos, sino en descubrir formas de alcanzarlos. Si los recursos científicos se movilizan para descubrir formas de destruir el planeta, al final lo harán, no porque sean «malos» o tengan mal corazón, sino porque es lo que deben hacer. Esto no significa que Castoriadis fuera cientifista, al contrario, insistió en la importancia de movilizar los recursos de la investigación científica para explorar el impacto que nuestras actividades tienen en el medio ambiente, pero sabía que la ciencia por sí sola no es suficiente para proteger la naturaleza, se necesita la política. Sólo a través de la deliberación política se puede determinar lo que se debe y no se debe hacer, lo que está «mal» o «bien», hasta qué punto podemos alterar las condiciones planetarias.

Esta lógica suya se opone a la tecnociencia contemporánea, a la creencia de que la tecnología y la ciencia por sí solas pueden otorgar a la humanidad el dominio de todo[29]. Hoy en día este concepto tecnocrático tan extendido se ha convertido en el equivalente práctico de la religión. La tecnociencia ha conseguido reforzar la mistificación ideológica dominante en una época en la que la autoridad se ha desacralizado ostensiblemente. Si en el pasado el poder de las élites gobernantes se explicaba por su origen divino, hoy se apoya en el conocimiento científico que dicen poseer y que les permite continuar con sus actividades destructivas. Además, a diferencia de otros, Castoriadis sostiene que la tecnología actual no puede considerarse neutra[30], ya que ha sido desarrollada y moldeada por el sistema capitalista dominante y, por tanto, ha sido incrustada con sus valores centrales de dominación y subordinación.

Al igual que los regímenes religiosos sacralizados del pasado, las tecnocracias contemporáneas afirman saber lo que el pueblo realmente «necesita». Pueden calcularlo a través de los medios de la ciencia y entregarlo a través del crecimiento económico y la extracción. Pero lo que en realidad hacen es expresar las necesidades, incrustadas en un imaginario específico. En realidad podemos decir que no hay necesidades humanas naturales predeterminadas. Cada sociedad crea sus necesidades y los medios para satisfacerlas. Para una persona verdaderamente religiosa la necesidad última es peregrinar a un lugar sagrado (para su fe), gastando todos sus ahorros si es necesario. Para el capitalista de tipo antropológico la necesidad de sustituir constantemente sus pertenencias y artilugios por otros más nuevos, ligeramente diferentes y supuestamente mejorados, parece tan incuestionable y tan natural como su propia existencia. Así, la «necesidad» es una construcción social que puede ser alterada.

Si este paradigma consigue funcionar hoy en día es porque consigue con éxito proporcionar los medios para la satisfacción de las necesidades que fabrica. Y el debate entre las dos fracciones enfrentadas por los escaños del poder -la derecha y la izquierda- se centra en esta cuestión. Los de derechas abogan por la desregulación del mercado como motor de crecimiento, mientras que las fuerzas de izquierda suelen culpar a los estrechos vínculos actuales entre multinacionales y gobiernos de la disminución del poder adquisitivo de las poblaciones locales y prometen, si son elegidos para el poder, arreglarlo. Y ambos bandos insisten en el carácter científico de sus afirmaciones. En este sentido, el paradigma actual está menos amenazado por la crítica ideológica tradicional que por el peligro de que se acabe el petróleo, por ejemplo.

Lo que Castoriadis considera problemático en el modo en que las sociedades modernas conciben la crisis medioambiental actual es la ausencia de prudencia. El imaginario tecnocrático gobernante, que continúa su reinado muchos años después de la muerte del filósofo, impide que nuestras sociedades tomen ciertas precauciones al relacionarse con el mundo natural. Si la investigación científica no puede determinar con certeza si un acto o procedimiento específico dañará irreversiblemente el medio ambiente, pero existen dudas de tales potenciales, entonces las medidas de precaución (limitaciones) deben ser determinadas a través de medios directo-democráticos por todos los involucrados, lo que por su esencia es un proceso político.

Por lo tanto, la ecología, tal y como se ha presentado anteriormente, es incompatible con el actual sistema político oligárquico representativo que obstaculiza cualquier esfuerzo de deliberación democrática genuina. Requiere la alteración radical de las instituciones de la sociedad para alentar a la humanidad a actuar como administradora, no como dueña, del planeta y sus recursos. En este sentido, la ecología debe concebirse como parte de un proyecto revolucionario más amplio, basado en la democracia directa, que desafía directamente el orden institucional contemporáneo. Castoriadis sugiere que

«Deben producirse cambios profundos en la organización psicosocial del hombre occidental, en su actitud ante la vida, en definitiva, en su imaginario. Hay que abandonar la idea de que el único objetivo de la vida es producir y consumir más -una idea tan absurda como degradante-; hay que abandonar el imaginario capitalista de pseudomaestro, de expansión ilimitada. Eso es algo que sólo pueden hacer los hombres y las mujeres. Un solo individuo, o una organización, sólo pueden, en el mejor de los casos, preparar, criticar, incitar, esbozar posibles orientaciones»[31].

La ecología no es una ideología

Cuando se mira a través de ese prisma político, Castoriadis nos advierte que la ecología no debe convertirse en una ideología en el sentido tradicional del término[32] Así como la tecnociencia contemporánea se ha sacralizado, también el pensamiento ecológico puede integrarse en un nuevo culto religioso o en un proyecto ideológico neofascista. Al igual que la salud humana fue convertida por la ideología nazi en un dogma que condujo al exterminio de miles de personas discapacitadas, una sociedad que se enfrente a la catástrofe medioambiental podría dar lugar a un régimen autoritario que imponga restricciones draconianas con el único objetivo de preservar la naturaleza.

Lo que Castoriadis propone es integrar la ecología en un proyecto político más amplio que vaya más allá de las estrechas preocupaciones por la naturaleza. Esa política no se basará en nociones románticas y místicas del amor a la Madre Gaia o de la superioridad de la naturaleza «virgen» sobre la tecnología y la ciencia. Por el contrario, tendrá en cuenta el equilibrio entre la humanidad y el planeta, sin glorificar a uno y disminuir al otro, evitando así el peligro de crear dogmas. Esta política ecológica se basará en el reconocimiento de que nuestras sociedades dependen de ciertas condiciones planetarias frágiles, y si queremos seguir existiendo como especie, tendremos que encontrar un lugar cómodo dentro de ellas, sin por ello abandonar la tecnología y la ciencia per se.

Debido a nuestra dependencia de la naturaleza, la ecología no puede separarse de la democracia directa. Si la sociedad va a intervenir en una materia tan delicada, de la que depende el futuro de cada uno de sus miembros, toda la colectividad social debe tener voz antes de emprender una intervención de este tipo. Poco importa aquí la forma concreta y técnica en que se tome tal decisión, lo importante es el principio. Si se trata de serrar la rama en la que estamos sentados actualmente, sin que haya otra a la vista, al menos preguntemos a todos los demás que compartirán la caída.

Autolimitación y ecología

El concepto de autolimitación tiene una importancia clave a la hora de hablar de la concepción que Castoriadis tiene de la ecología política. Ante todo, reconoce que la actual crisis medioambiental está provocada por el hombre. Como sugiere Castoriadis, hoy el mayor peligro para la humanidad es la propia humanidad[33]. Ninguna catástrofe natural se equipara a las catástrofes provocadas por el hombre, lo que es más evidente que nunca con el empecinamiento de nuestras sociedades en seguir el paradigma del crecimiento económico ilimitado, insistiendo en un estilo de vida que simplemente no puede ser sostenido por el mundo finito en el que vivimos. Un estilo de vida que está enfermando nuestros cuerpos, nuestras mentes y las frágiles condiciones planetarias que hacen posible nuestra existencia.

La autolimitación en el contexto de la ecología consiste en que no hay nadie que nos proteja de nosotros mismos. Nuestros dirigentes políticos se muestran incapaces de resolver la actual degradación medioambiental. A pesar de los numerosos tratados firmados entre las élites gobernantes y los representantes de las grandes empresas, la crisis ecológica parece profundizarse. Y tampoco es más productivo el abordaje individual y vitalista de los retos medioambientales. Las duchas más cortas, las luces cerradas en las habitaciones vacías y los productos ecológicos parecen ser sólo una ayuda para nuestra autoestima, que eleva nuestro ego, haciéndonos sentir que hemos hecho nuestra parte, sin cambiar realmente algo de verdadera importancia.

La autolimitación viene a recordarnos nuestra responsabilidad individual y social ante nosotros mismos, nuestros semejantes y el resto del mundo natural que nos rodea. Representa las leyes forjadas colectivamente, que fueron hechas por todos con la comprensión consciente de que nuestra sociedad, así como todos nosotros individualmente, no podemos hacer cualquier cosa; debemos autolimitarnos. Según Castoriadis, la autonomía, o la verdadera libertad, es la autolimitación necesaria no sólo en las normas de conducta intrasocial, sino también en las normas que adoptamos en nuestra conducta hacia el entorno[34].

Conclusión

El futuro parece incierto, especialmente en lo que respecta a la actual degradación del medio ambiente que, si no se atiende, puede convertirse en una crisis existencial. Es difícil ser optimista con todas las predicciones e investigaciones negativas que provienen de la comunidad científica. Algunos afirman que lo que necesitamos son nuevas innovaciones tecnológicas a costa de un mayor crecimiento económico. Pero, como ha demostrado Castoriadis, esto no puede evitar por sí solo una catástrofe ecológica. Lo que una crisis existencial de este tipo requiere por encima de todo es el poder humano creativo para trazar una nueva dirección -un cambio drástico de paradigma- para conducir a la humanidad hacia una dirección completamente nueva, basada en la administración colectiva y no en la dominación.

Lo que este poder creativo puede aportar en el futuro es, sobre todo, una cuestión política. Como nos recuerda Castoriadis, el hombre, en tanto que poder creador, es el hombre cuando construye el Partenón o la catedral de Notre-Dame en París, así como cuando crea Auschwitz o el Gulag[35] Es la participación política (o la ausencia de ella) la que configura los valores y principios de las nuevas formas sociales emergentes. Por lo tanto, depende de todos nosotros, individual y colectivamente, crear y cultivar un cambio de paradigma que nos conduzca hacia un futuro sostenible y democrático.

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