
Anarcho-Syndicalist Review #71–72, Fall 2017
- Introducción
- «Una contrarrevolución preventiva»
- Los Arditi del Popolo
- Conclusiones para hoy
- Otras lecturas
Introducción
La elección de Donald Trump fue una sorpresa para muchos, dada la evidente demagogia, incoherencia y autoritarismo que exhibió como candidato. Poco importa que haya perdido el voto popular, el hecho es que un número suficiente de personas en estados concretos estaban dispuestas a votar por él… y ahora todos tenemos que vivir con el resultado. El resultado de décadas de glorificación de los ricos por parte de la derecha, los llamamientos a gestionar el Estado como un negocio (es decir, como una dictadura), y cosas similares, pueden verse ahora en todo su esplendor. Sería difícil encontrar un argumento mejor para el anarquismo.
Esto no significa, por supuesto, esperar pasivamente las próximas elecciones como el mito de la democracia nos quiere hacer creer. Significa resistir, y ha habido señales prometedoras de ello, como las animadas asambleas municipales (lo que plantea la cuestión de por qué no hacerlas permanentes y convertirse así en un poder que ningún político pueda ignorar). También se ha visto en las protestas contra lo peor de los partidarios de Trump: el KKK, los neonazis y el resto de la llamada «alt-right».
El hecho de que Trump no se atreviera a leer una simple declaración preparada y, en cambio, improvisara sobre «ambos lados» demuestra que no quería alienarlos. Lamentablemente, un número significativo de votantes republicanos tampoco puede ver la diferencia entre el fascismo y la resistencia al fascismo. Una parte importante de Estados Unidos ha perdido su brújula moral.
Los acontecimientos de Charlottesville ponen de manifiesto que resistir al fascismo no sólo es necesario, sino también peligroso. Esto se puede ver en el ascenso del fascismo en Italia después de la Primera Guerra Mundial, algo que nunca fue inevitable y de lo que se pueden aprender lecciones.
«Una contrarrevolución preventiva»
El ascenso de Mussolini no puede considerarse de forma aislada. Tras el final de la Primera Guerra Mundial se produjo una radicalización masiva en toda Europa y el mundo. La afiliación a los sindicatos se disparó, y las huelgas, manifestaciones y agitaciones alcanzaron niveles masivos. Esto se debió en parte a la guerra y en parte al aparente éxito de la Revolución Rusa. En toda Europa, las ideas anarquistas se hicieron más populares y los sindicatos anarcosindicalistas aumentaron de tamaño como parte de un ascenso y crecimiento general de la izquierda.
En Italia, la efervescencia de la posguerra se convirtió casi en una revolución, con el surgimiento de consejos obreros y la ocupación de fábricas en 1920. Los anarquistas y los sindicalistas tomaron un papel activo, incluso de liderazgo, en el movimiento, como escribe Errico Malatesta, que participó en estos acontecimientos:
Los obreros del metal iniciaron el movimiento por las tarifas salariales. Fue una huelga de nuevo tipo. En lugar de abandonar las fábricas, la idea era permanecer dentro sin trabajar… En toda Italia se respiraba un fervor revolucionario entre los trabajadores y pronto las reivindicaciones cambiaron de carácter. Los trabajadores pensaron que había llegado el momento de tomar posesión de una vez por todas de los medios de producción. Se armaron para defenderse… y empezaron a organizar la producción por su cuenta… Era el derecho de propiedad abolido de hecho…; era un nuevo régimen, una nueva forma de vida social la que se inauguraba. Y el gobierno se mantuvo al margen porque se sintió impotente para ofrecer oposición. (Errico Malatesta: His Life and Ideas [Freedom Press, 1993], 134)
Los socialistas y sus sindicatos no apoyaron el movimiento a pesar de haber hablado de ser revolucionarios durante décadas, aunque sí lo hicieron grupos e individuos dentro del partido (como en Turín, con Antonio Gramsci a la cabeza – estos se separarían más tarde de los socialistas y formarían el Partido Comunista Italiano). Ante la hostilidad del movimiento obrero «oficial», las ocupaciones terminaron después de cuatro semanas.
Como era de esperar, las promesas hechas por la patronal y el Estado de poner fin a las ocupaciones no se cumplieron y «después de evacuar las fábricas» el gobierno (obviamente sabiendo quién era la verdadera amenaza) «arrestó a toda la dirección de la USI [Unión Sindicalista Italiana] y de la UAI [Unión Anarquista Italiana]. Los socialistas… ignoraron más o menos la persecución de los libertarios hasta la primavera de 1921, cuando el anciano Malatesta y otros anarquistas encarcelados montaron una huelga de hambre desde sus celdas en Milán». (Carl Levy, Gramsci y los anarquistas [Berg, 1999], 221-2) Fueron absueltos tras un juicio de cuatro días.
Este periodo de la historia italiana explica el crecimiento del fascismo en Italia. Como señala Tobias Abse, «el ascenso del fascismo en Italia no puede desligarse de los acontecimientos del biennio rosso, los dos años rojos de 1919 y 1920, que lo precedieron. El fascismo fue una contrarrevolución preventiva… lanzada como resultado del fracaso de la revolución» («The Rise of Fascism in an Industrial City», David Forgacs (ed.), Rethinking Italian fascism: Capitalism, populism and culture [Lawrence and Wishart, 1986], 54) El término «contrarrevolución preventiva» fue acuñado originalmente por el anarquista Luigi Fabbri, que describió correctamente el fascismo como «la organización y el agente de la defensa armada violenta de la clase dominante contra el proletariado, que, a su juicio, se ha vuelto excesivamente exigente, unido e intruso».
Los capitalistas y los ricos terratenientes apoyaron a los fascistas para enseñar a la clase obrera a conocer su lugar, ayudados por el Estado. Se aseguraron «de que se le diera toda la ayuda en términos de financiación y armas, haciendo la vista gorda a sus infracciones de la ley y, cuando era necesario, cubriendo sus espaldas mediante la intervención de las fuerzas armadas que, con el pretexto de restablecer el orden, se apresuraban a ayudar a los fascistas cuando éstos empezaban a recibir una paliza en lugar de repartirla». (Fabbri) Citando a Abse:
Los objetivos de los fascistas y de sus partidarios entre los industriales y los agrarios en 1921-22 eran simples: romper el poder de los obreros y campesinos organizados tan completamente como fuera posible, para borrar, con la bala y el garrote, no sólo los logros del bienio rosso, sino todo lo que las clases bajas habían ganado… entre el cambio de siglo y el estallido de la Primera Guerra Mundial. (54)
Los escuadrones fascistas atacaron y destruyeron los lugares de reunión anarquistas y socialistas, los centros sociales, la prensa radical y la Camera del Lavoro (consejos sindicales locales). Miles de personas fueron atacadas y asesinadas. Sin embargo, incluso en los oscuros días del terror fascista, los anarquistas resistieron a las fuerzas del totalitarismo:
No es casualidad que la resistencia más fuerte de la clase obrera al fascismo se diera en … pueblos o ciudades en los que había una tradición anarquista, sindicalista o anarcosindicalista bastante fuerte. (Abse, 56)
Los Arditi del Popolo
Los anarquistas participaban y a menudo organizaban secciones de los Arditi del Popolo (Tropas de Choque del Pueblo), una organización obrera dedicada a la autodefensa de los intereses de los trabajadores. Los Arditi del Popolo organizaron y fomentaron la resistencia de la clase obrera a los escuadrones fascistas, derrotando a menudo a fuerzas fascistas más grandes: por ejemplo, «la total humillación de miles de squadristi de Italo Balbo por un par de cientos de Arditi del Popolo respaldados por los habitantes de los barrios obreros» en el bastión anarquista de Parma en agosto de 1922 (Abse, 56).
Los Arditi del Popolo fueron lo más cerca que estuvo Italia de la idea de un frente obrero revolucionario unido contra el fascismo, como habían sugerido los anarquistas y sindicalistas italianos durante el bienio rossa. Este movimiento «se desarrolló siguiendo líneas antiburguesas y antifascistas, y se caracterizó por la independencia de sus secciones locales». (Años rojos, años negros: La resistencia anarquista al fascismo en Italia [ASP, 1989], 2) En lugar de ser sólo una organización «antifascista», no era «un movimiento en defensa de la ‘democracia’ en abstracto, sino una organización esencialmente obrera dedicada a la defensa de los intereses de los trabajadores industriales, los estibadores y un gran número de artesanos y trabajadores.» (Abse, 75) Como es lógico, los Arditi del Popolo «parecen haber sido más fuertes y haber tenido más éxito en zonas donde la cultura política tradicional de la clase obrera era menos exclusivamente socialista y tenía fuertes tradiciones anarquistas o sindicalistas, por ejemplo, Bari, Livorno, Parma y Roma». (Antonio Sonnessa, «Working Class Defence Organisation, Anti-Fascist Resistance and the Arditi del Popolo in Turin, 1919-22», European History Quarterly 33: 2 184)
Sin embargo, tanto el partido socialista como el comunista se retiraron de la organización. Los socialistas firmaron un «Pacto de Pacificación» con los fascistas en agosto de 1921. Los comunistas «prefirieron retirar a sus miembros de los Arditi del Popolo antes que dejarlos trabajar con los anarquistas». (Años rojos, años negros, 17) De hecho, «el mismo día en que se firmó el Pacto, el Ordine Nuovo publicó un comunicado del PCd’I [Partido Comunista de Italia] en el que se advertía a los comunistas de que no debían participar» en los Arditi del Popolo. Cuatro días después, la dirección comunista «abandonó oficialmente el movimiento. Se amenazó con severas medidas disciplinarias a los comunistas que siguieran participando». Así, a «finales de la primera semana de agosto de 1921 el PSI, la CGL y el PCd’I habían denunciado oficialmente» la organización. «Sólo los dirigentes anarquistas, aunque no siempre simpatizaban con el programa de los [Arditi del Popolo], no abandonaron el movimiento». De hecho, el principal periódico anarquista, Umanita Nova, lo «apoyó firmemente» por considerar que representaba una expresión popular de resistencia antifascista y en defensa de la libertad de organización.» (Sonnessa, 195, 194)
Sin embargo, a pesar de las decisiones de sus dirigentes, muchos socialistas y comunistas de base participaron en el movimiento. Estos últimos participaron en abierto «desafío al creciente abandono» de la dirección del PCd’I. En Turín, por ejemplo, los comunistas que participaron en los Arditi del Polopo lo hicieron «menos como comunistas y más como parte de una autoidentificación obrera más amplia… Esta dinámica se vio reforzada por una importante presencia socialista y anarquista». El fracaso de la dirección comunista a la hora de apoyar el movimiento muestra la bancarrota de las formas organizativas bolcheviques, que no respondían a las necesidades del movimiento popular. De hecho, estos acontecimientos demuestran que la «costumbre libertaria de autonomía respecto a la autoridad y de resistencia a la misma se operó también en contra de los dirigentes del movimiento obrero, sobre todo cuando se consideró que habían malinterpretado la situación en la base». (Sonnessa, 200, 198, 193)
El Partido Comunista no apoyó la resistencia popular al fascismo. El dirigente comunista Antonio Gramsci argumentó que «la actitud de la dirección del partido en la cuestión de los Arditi del Popolo … correspondía a la necesidad de evitar que los miembros del partido fueran controlados por una dirección que no era la del partido». Gramsci añadió que esta política «sirvió para descalificar un movimiento de masas que había empezado desde abajo y que, en cambio, podría haber sido explotado por nosotros políticamente.» (Selections from Political Writings 1921-1926 [Lawrence y Wishart, 1978], 333)
Aunque era menos sectario hacia los Arditi del Popolo que otros líderes comunistas, «[e]n común con todos los líderes comunistas, Gramsci esperaba la formación de los escuadrones militares dirigidos por el PCd’I». (Sonnessa, 196) En otras palabras, la lucha contra el fascismo era vista por los dirigentes comunistas como un medio para ganar más miembros y, cuando lo contrario era una posibilidad, preferían la derrota y el fascismo antes que arriesgarse a que sus seguidores se dejaran influir por el anarquismo.
Como señala Abse, «fue la retirada del apoyo de los partidos socialista y comunista a nivel nacional lo que paralizó» al Arditi. (74)
Así, «el derrotismo social reformista y el sectarismo comunista hicieron imposible una oposición armada generalizada y, por tanto, eficaz; y los casos aislados de resistencia popular fueron incapaces de unirse en una estrategia exitosa.» Y el fascismo pudo ser derrotado: «Las insurrecciones de Sarzanna, en julio de 1921, y de Parma, en agosto de 1922, son ejemplos de la corrección de la política que los anarquistas impulsaron en la acción y en la propaganda.» (Años rojos, años negros, 2-3) Abse confirma este análisis, argumentando que
[lo que ocurrió en Parma en agosto de 1922… podría haber ocurrido en cualquier otro lugar, si la dirección de los partidos socialista y comunista hubiera apoyado el llamamiento del anarquista Malatesta a un frente revolucionario unido contra el fascismo. (56)
Al igual que los llamamientos libertarios a un frente unido durante la situación casi revolucionaria de la posguerra, estos llamamientos fueron ignorados.
Tal vez sea innecesario decir que el Estado denunció verbalmente la violencia (en ambos bandos, por supuesto), pero se dirigió principalmente a los que se oponían a los fascistas, como señaló Fabbri:
Las cárceles italianas están llenas de obreros y las condenas más duras caen sobre los obreros que cometieron el error en los enfrentamientos de utilizar la violencia para defenderse de los fascistas. Además, ya hemos visto la postura del gobierno en cuanto la iniciativa espontánea del pueblo surgió con la idea de formar unidades de defensa proletaria que fueron bautizadas como los Arditi del Popolo. Fuera de Roma… la mera idea de crear secciones de los Arditi del Popolo ha sido erradicada de forma preventiva de la manera más enérgica: con prohibiciones, amenazas, redadas y detenciones».
Fabbri también indicó «la función de clase de la policía» y cómo los ataques fascistas «ocurrieron bajo los mismos ojos de la enorme policía, los carabinieri, la Guardia Real y las fuerzas de la policía que, tras una falsa oposición inicial, dejaban que las cosas siguieran adelante» mientras que «los capítulos de los Arditi del Popolo son disueltos y sus miembros arrestados por delitos contra la seguridad del estado -¿o es el estado el fascismo, quizás? – simplemente por su intención de ofrecer algo más que una resistencia pasiva a la violencia fascista». Los edictos gubernamentales «provocaron el encarcelamiento de muchos más trabajadores como supuestos Arditi del Popolo, mientras que no se tomará ninguna medida contra los escuadrones de acción fascista».
Al final, la violencia fascista tuvo éxito y el poder capitalista se mantuvo:
La voluntad y el coraje de los anarquistas no fueron suficientes para contrarrestar a las bandas fascistas, poderosamente ayudadas con material y armas, respaldadas por los órganos represivos del Estado. Los anarquistas y los anarcosindicalistas fueron decisivos en algunas zonas y en algunas industrias, pero sólo una opción similar de acción directa por parte del Partido Socialista y de la Confederación General del Trabajo [el sindicato reformista] podría haber detenido al fascismo. (Años rojos, años negros, 1-2)
Después de haber contribuido a la derrota de la revolución, los marxistas ayudaron a asegurar la victoria del fascismo.
Conclusiones para hoy
El ascenso del fascismo confirmó la advertencia de Malatesta en la época de las ocupaciones de fábricas: «Si no seguimos hasta el final, pagaremos con lágrimas de sangre el miedo que ahora infundimos a la burguesía». (citado por Abse, 66) No es de extrañar que cuando sus privilegios y su poder estuvieron en peligro, los capitalistas y los terratenientes recurrieran al fascismo para salvarlos. Este proceso es una característica común en la historia (por enumerar sólo cuatro ejemplos: Italia, Alemania, España y Chile). Además, los capitalistas siempre han contratado matones privados para romper las huelgas y los sindicatos -los capitalistas estadounidenses están a la cabeza de ello.
Sin embargo, no hay una revuelta masiva de la clase obrera, ni la ha habido durante muchas décadas. La embestida neoliberal iniciada por Carter e intensificada por Reagan ha tenido éxito: los trabajadores han sido derrotados en gran medida y la riqueza ha inundado hacia arriba (en lugar de «gotear hacia abajo»). Por lo tanto, no hay un equivalente real de los temores de la clase dominante en la década de 1920:
El anarquista Luigi Fabbri calificó el fascismo como una contrarrevolución preventiva; pero en su ensayo hace la importante observación de que los empresarios, en particular en la agricultura, no estaban tan movidos por el miedo a una revolución general como por la erosión de su propia autoridad y de los derechos de propiedad que ya había tenido lugar localmente: «Los jefes sentían que ya no eran jefes». (Adrian Lyttelton, «Italian Fascism», Fascism: A Reader’s Guide [Penguin, 1979], 91)
El ascenso de Trump ha sido en cierto modo impulsado, irónicamente, por los más sometidos a las políticas republicanas, políticas que Trump pretende continuar (bajo la habitual retórica de la reforma fiscal). Sin embargo, no deberíamos destacar demasiado ese aspecto de su apoyo: siempre ha sido más popular entre el extremo superior de la distribución de la riqueza. La mayoría de los elementos de la clase capitalista parecen bastante felices de tener a los locos en el cargo mientras puedan asegurar esa agenda. Es un cortoplacismo, tal vez, pero no hay ningún movimiento popular que les haga perder esa idea.
Por lo tanto, la clase dominante no necesita actualmente a la «alt-right», pero obviamente sería suicida ignorarla con la esperanza (¡si es que esa es la palabra!) de que no se produzca un resurgimiento de la lucha de clases que haga que sus servicios sean más atractivos para la élite. La falta de apoyo de la clase dominante no les impedirá atacar a los negros, a las feministas, a la izquierda, a los huelguistas, etc., si se sienten lo suficientemente fuertes. Así que tenemos que enfrentarnos a ellos; de lo contrario, se envalentonarán por la falta de resistencia, como lo hicieron los fascistas italianos. Y si nos enfrentamos a ellos -incluso verbalmente- tenemos que ser capaces de defendernos, tal y como hicieron los más adelantados de la izquierda italiana.
Del mismo modo, debemos recordar que el Estado no es un organismo neutral y que tratará de defender los poderes y la propiedad de unos pocos (incluso si ignoramos cualquier simpatía personal que tengan los agentes de la ley con la derecha). Cualquier apelación al Estado para que apruebe leyes que restrinjan la libertad de reunión, de expresión, etc., será utilizada principalmente contra la izquierda y los trabajadores rebeldes. Hay que disipar esas ilusiones.
Si bien la lección obvia de Italia es que debemos unirnos con quienes buscan derrotar al fascismo, debemos estar atentos a dos peligros.
Primero, que el antifascismo se diluya tanto que olvide las raíces del fascismo en el capitalismo. El fascismo surge, sobre todo, para defender el capital, pero también, en cierta medida, porque ofrece falsas soluciones a problemas reales. Cualquier antifascismo efectivo debe ofrecer un análisis de clase, una crítica del capitalismo, soluciones reales. Esto no puede hacerse si buscamos un frente popular y sumergimos este análisis. Esto no significa aislamiento, sino todo lo contrario, ya que debemos ganar a otros para nuestros puntos de vista, pero cualquier frente unido debe ser consciente de las raíces del fascismo y de cómo contrarrestar sus chivos expiatorios con alternativas genuinas. Instar a la gente a que se limite a votar por el mal menor -pero aún neoliberal- no lo hará.
En segundo lugar, debemos estar atentos a aquellos en la izquierda -principalmente leninistas de varios tipos- que verán cualquier movimiento militante antifascista como un mero medio para construir su partido. Como muestra el ejemplo de los comunistas italianos, esto puede llegar a socavar la resistencia popular si piensan que está trabajando en contra de los intereses de la vanguardia. La resistencia y la organización populares deben considerarse como algo positivo en sí mismas, no como un medio para construir un partido.
Al mismo tiempo que aprendemos de la historia, debemos cuidarnos de aplicar mecánicamente lo que funcionó en el pasado. No estamos viviendo en la Italia de principios de los años veinte. No hay un movimiento libertario de masas con raíces firmes en los lugares de trabajo y las comunidades. La necesidad es construir ambos y en esto los Arditi del Popolo muestran el camino a seguir. Unió a quienes veían la amenaza del fascismo y estaban dispuestos a actuar. Sin embargo, también formó parte de movimientos sociales más amplios de la clase trabajadora y trabajó con ellos para derrotar a las bandas fascistas. Sin esta base social más amplia, cualquier organización antifascista militante corre el peligro de quedar aislada y ser así derrotada por los poderes del Estado.
Lecturas adicionales
Este artículo se basa en la sección A.5.5 de An Anarchist FAQ vol. 1 (AK Press, 2008), que cubre la casi revolución con más detalle.
La contrarrevolución preventiva de Luigi Fabbri (libcom.org) es un excelente relato temprano (1921) sobre el ascenso del fascismo realizado por un destacado anarquista italiano.
M. Testa’s Militant Anti-Fascism: A Hundred Years of Resistance (AK Press, 2015) tiene un útil capítulo sobre la resistencia a Mussolini.
Hay que evitar el libro de Tom Behan The Resistible Rise of Benito Mussolini (Bookmarks, 2003). Aunque pretende tratar sobre el Ardito del Popolo, en realidad trata sobre el Partido Comunista Italiano y sus errores. Aunque tiene algún material útil, fue escrito por un miembro del SWP británico durante su efímero retorno a la actividad antifascista a principios de la década de 2000 y sufre por ello. Ver mi crítica «La irresistible corrección del anarquismo» (anarchism.pageabode.com).
[Traducido por Jorge JOYA]
Original: https://theanarchistlibrary.org/library/iain-mckay-fighting-fascism-lessons-from-italy